Hazlo con miedo, pero hazlo
Estaba a 5 mil pies de
altura, no era el mejor momento para calcular cuánto realmente significaba eso,
solo veía que los enormes árboles de hace un instante ahora se veían diminutos.
Había subido a esa
avioneta con muchísima confianza, como si se tratara de realizar una entrevista
más. La misión era clara: saltar en paracaídas, completamente sola y realizar
un reportaje para el noticiero.
Cuando me dijeron que
era el momento de colocarme “en posición”, tuve todo el deseo de salir, de una
vez por todas, de este compromiso que ya la verdad no me sonaba tan atractivo.
Pero aunque mi intención era levantarme del suelo de aquella avioneta, lo
cierto es que mis piernas no reaccionaron. Por primera vez experimenté el que
mis extremidades no recibieran la señal de mi cerebro que decía: “Es el
momento, arriba, reaccionen, hay que saltar”.
Fue entonces cuando me
di cuenta que aunque yo quería ignorarlo, mi cuerpo si estaba consciente de la
locura que iba a cometer. Ni siquiera me había montado en una avioneta alguna vez
en la vida y ahora estaba ahí, con la puerta abierta para saltar al vacío. Fue
uno de los instantes en donde escuché, claramente, al miedo hablarme al oído.
Su voz es perturbadora
y sentí su aliento cerca de mi cuello, sus palabras pintaban el panorama más
oscuro y se resumían en un “NO PUEDES”. Palabras que repetí varias veces, en el
instante antes de saltar. Es decir, si hubiese sido un salto mortal mis últimas
palabras antes de morir y que posiblemente adornasen mi lapida serían “NO
PUEDO”, un mensaje nada inspirador.
Lo hice, no le voy a
decir que salté porque sinceramente aunque lo intenté, mis piernas seguían
paralizadas. Solo me deje caer al vacío. No espere que le diga que de pronto
una luz me ilumino y me lleno de valor. Nooo, eso no existió ni por un
instante. Lo hice, pero lo hice con muchísimo miedo.
Segundos antes de
saltar lo único que pensé fue que ya estaba ahí, que había aceptado el reto,
que abajo ya estaban colocadas unas cuatro cámaras para grabar cada movimiento
y que no podía decepcionarlos. Tampoco fue un pensamiento motivador pero
sin duda me llevo al límite y luego a la acción. Lo hice con miedo.
Una vez que la
avioneta se alejara y me encontrara sola como flotando en el aire, supe que
había valido la pena. El paisaje y la tranquilidad que respiraba eran
incomparables. Había creado un momento único y trataba de asimilar cada
sensación y fotografiar mentalmente aquello que veía para nunca olvidarlo. Si
hubiese dejado que el miedo me venciera me hubiese privado de una de las mejores
experiencias en mi vida.
Pero ahí no acababa
todo, solo se ponía más complicado.
De pronto, me di
cuenta que lo que seguía era igual o más difícil que lo que ya había superado.
Tenía que iniciar el plan de aterrizaje y como suele suceder, en un momento como
ese, todas las instrucciones se olvidan. Lo que sí recordaba, para mal, era que
debía caer haciendo una vuelta canela para evitar lesiones. ¿Es en serio? Podía
seguir viva tras saltar de una avioneta a 5 mil pies de altura pero morir
desnucada al intentar hacer una vuelta canela. Nunca pude hacer una bendita
vuelta de esas y era uno de mis mayores temores de niña.
Todo esto, para
concluir en lo más importante. Si hay un reto frente a usted, conquístelo,
hágalo suyo. No espere a que el miedo desaparezca, hágalo con miedo si es
necesario, pero hágalo. Quizás pueda descubrir un paisaje maravilloso del que
se privaría si no arriesga. Las mejores cosas y los mejores momentos, están al
atravesar la línea del temor.
No pronuncie un “No
puedo” que sí que puede. No hay límites para usted, solo los que ponga en su
cabeza y en su boca.
Puede que se lleve
algunos golpes al intentarlo pero sobrevivirá.
En mi caso, al evitar
la vuelta canela pude caer de pie pero me gané una lesión en la rodilla que me
llevo meses de terapia para recuperarme. Una secuela que me generaba dolor de
vez en cuando pero que también me recordaba ese momento en el que fui valiente
y conquiste el miedo.
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