En el bus, en medio
aguacero, en una presa o hasta en media calle. Cada uno de ellos,
escenarios tan comunes y sencillos, sin una gota de romanticismo, se
convierten en posibles espacios donde podés encontrar al amor de tu vida.
Este blog nació,
precisamente, cuando expresé la plenitud encontrada en medio de la soltería.
Nada ha cambiado. Sigo defendiendo y creyendo en cada una de las palabras
escritas.
Los dos años y unos
cuantos meses de “soledad” fueron los más aprovechados en mis últimos 29 años.
Cumplí metas, me propuse otras, crecí académicamente, crecí profesionalmente,
tomé riesgos, hice cambios, fortalecí amistades, me convertí en mejor hija, en
mejor hermana, en mejor ser humano. Me acepté y me amé.
No merecía menos, era
lo que podía hacer por mí, consciente que yo era la única responsable de mi
propia felicidad. Además, anhelaba estar lista para el momento correcto, con un
corazón sano y sin ninguna sombra que me impidiera amar a ese hombre como se
debe.
Ahora, me traslado a
aquella noche fría de finales de noviembre, con 13 horas de trabajo encima, con
más de una preocupación en la cabeza, tacones altos y los últimos rastros de
maquillaje, el cual estuvo intacto en las primeras horas del día pero ahora
estaba fuera de lugar.
Recuerdo que al salir
de la oficina, intenté regresar a verme al espejo antes de aquel encuentro
pero no lo hice. Al final, era solo un desconocido que me ayudaría con ese
artículo que necesitaba.
Así que en medio de la
noche y de la forma más informal, lo vi.
-Hola, soy Melissa.
-Hola Melissa, soy
Esteban.
De inmediato, esa voz
dulce y clara captó mi atención. Nunca nadie había pronunciado mi nombre de la
forma en que él lo hizo.
No me importo no
haberme peinado o no colocarme un poco de brillo en los labios. Él llenaba de
paz y seguridad cada rincón de mi corazón.
Así fue como lo encontré.
De frente, en media calle, sin esperarlo ni propiciarlo.
Así fue como él me
encontró: plena, sin prisa, sabiendo que llegaría pero sin desesperarme porque
lo hiciera.
Lo que sucedió
después, es una historia de amor que aún se construye y que nos hace avanzar de
la mano, sin temor a lo que venga.
No necesité ninguna
cita a ciegas ni desvelarme para visitar lugares en busca de “esa persona”.
Yo solo estuve en el
momento justo y en el lugar correcto.
Si se hubiese
adelantado tan solo unos cuantos meses, hoy no estaríamos juntos. Nos
encontrábamos en un proceso que debíamos enfrentar solos para luego disfrutarlo
juntos.
Por eso, a pesar de
que muchas personas quisieran resumir todo a una cuestión de años, meses o
días, el amor no se limita al tiempo.
“¿Estas segura?, pero
si apenas lo conocés”; “Todos van a creer que estas desesperada”; “Deberías
esperar un poco más” o el otro panorama: “Ya llevan muchos años juntos,
deberían dar el siguiente paso”; “¿No creen que ya deben ponerse serios?”; “y
¿Cuándo se casan? Ya deberían estar pensando en eso, tienen mucho tiempo
juntos”. No prestés atención a frases como esas. Solo vos sabes cuando es
el momento justo y eso es lo que vale.
Si estás en una etapa
de la vida donde te sentís plena, donde has alcanzado muchas de tus metas,
donde sabes lo que querés y no estás dispuesta a aceptar menos, entonces
ADELANTE. Estas lista para tomar decisiones.
Tampoco te desesperés
diciendo: ¿A dónde lo voy a encontraaaaar? Eso no depende de vos y saberlo,
debería quitarte un peso de encima. No te presiones. Disfrutá cada etapa.
Lo único que necesitas
es la convicción de que lo bueno que has sembrado en la vida, se recoge y que
si has puesto el corazón en manos de Dios, ÉL lo entregará a la persona
correcta.
Disfrutá la soltería.
Dese una oportunidad y desarrollá una relación con vos misma.
No temas tomar
decisiones. Que cada una de ellas te acerque, primero, a la persona que soñás
ser. De lo demás, se encarga Dios.
Hoy, con un anillo en
mi dedo, sé que amé y respeté a Esteban, aún antes de que llegara a mi vida.