Sí, se trata de una
historia de amor pero no de las comunes ni tradicionales.
Es una relación
complicada, que nació para ser eterna.
Un enlace indivisible
pero frágil, tan frágil que cede con facilidad.
Es la historia de amor
entre vos y tú alma, entre vos y tu esencia.
Hace unos días, una
joven me escribía porque estaba desesperada y necesitaba que alguien le dijera
que hacer. En realidad estoy segura que ella lo sabía pero no tenía el valor de
tomar decisiones.
Leí su historia. No
era diferente a la de muchas otras mujeres, no era diferente a lo que viven
algunas de mis amigas, no era diferente a lo que yo pude haber vivido alguna
vez y fue, precisamente, lo habitual de los hechos lo que realmente llegó a mi
corazón.
Aseguraba estar
enamorada. Nunca había conocido a alguien que la hiciera sentir de esa manera.
Él la hacía reír y ella amaba ese “sentimiento romántico” que le generaba el
creer que alguien antes de domir, pensaba en ella.
Esa introducción al
relato parecía conmovedora pero conforme iba avanzando, evidenció que la
situación era otra.
Lo cierto es que su
“novio” en realidad era el “novio” de alguien más. Que pasaban hasta dos
semanas sin que ni siquiera la llamara o le escribiera; él le decía que no
estaba dispuesto a hacer nada por ella pero tampoco perdonaría el hecho de
querer dejarlo.
Mientras llegaban los
mensajes, sabía que lo que yo quería decir no era lo que ella quería escuchar y
que al final, todo dependía de que esta joven de 24 años se volviera a
enamorar. Sí, se volviera a enamorar, pero de ella misma.
Como mujeres, muchas
veces, olvidamos que todo lo que necesitamos está dentro de nosotras, que es
descubriendo nuestra alma donde alcanzamos la plenitud y que al final, nadie
nos puede hacer daño si no lo permitimos.
Me molesta pensar que
entregamos lo mejor de nosotras a quien no lo merece y a quien ni siquiera lo
ha pedido.
¿Cuándo nos dejamos de
querer?
He visto a mis
amigas conformarse con muy poco, con tal de estar cerca de esa persona que
ahuyenta su soledad, aunque tampoco lo amen.
Las he escuchado
decir: “Quizás sí utilizo un vestido hermoso, él al fin verá en mí lo que aún
no ha visto”
¿En serio? ¿Estas
segura que esa persona que ha tenido tiempo para notar lo maravillosa que sos,
lo haga solo si utilizas un vestido nuevo? No, nos engañemos.
¿Cuándo te dejaste de
querer?
Te dejaste de querer
cuando aceptaste estar en una relación donde eran tres, en lugar de dos.
Lo hiciste cuando te
obligaste a llamar la atención de alguien que te había demostrado, de forma
cruel, no tener ningún interés.
También cuando te
permitiste llorar tres semanas seguidas por una persona que no valía la pena y
estabas consciente de ello.
Te fallaste cuando
anulaste tu dignidad, cuando te conformaste con menos, cuando aceptaste
comentarios hirientes y los justificaste.
Cuando te aferraste a
alguien que no te amaba.
Lastimaste tu corazón cuando
sacrificaste la paz y la felicidad por alguien que no estaría dispuesto a hacer
lo mismo por vos.
Pero sobre todo, te
dejaste de querer cuando te negaste a reconquistarte y mejorar la relación con
vos misma.
No aceptes menos
atención, menos amor y menos respeto del que sabes que mereces.
No pretendas tener
éxito en una relación si aún hay deudas pendientes con la persona más
importante, que sos vos.
Todas tenemos el
derecho de soñar con el tipo de hombre que anhelamos a nuestro lado y ellos,
ellos también merecen a una mujer que ame su propia alma.
Volvámonos a querer.